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"Antonio, aquél amigo que se fue"
Sudario 01 - Parte Frontal
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"Antonio, aquél amigo que se fue"
Sudario 01 - Parte Trasera
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"Antonio, aquél amigo que se fue"
Sudario 01 - Pieza Completa

“Antonio, aquél amigo que se fue”

Sudario 01 - 2019

Técnica mixta en lienzo

105 x 450 cm

por Angel Correa

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Técnica y materiales

Técnica mixta en lienzo 100% algodón, café microfiltrado en polvo, agua destilada, acuarela, témpera, acrílico, anilina, tinta, colorante de alimentos, medio acrílico y barniz

Descripción de la obra

Esta obra fue inspirada por Antonio y la canción con la cual lo identifico: “Qué Bonita Es Esta Vida”, vallenato, año 2006, interpretada por Jorge Celedón, cantante colombiano. Estas son algunas líneas de la letra: "Me gusta el olor que tienen la mañana, me gusta el primer traguito de café, sentir como el sol se asoma en mi ventana y me llena la mirada, de un hermoso amanecer.  Ay, qué bonita es esta vida aunque a veces duela tanto y a pesar de los pesares siempre hay alguien que nos quiere, siempre hay alguien que nos cuida. Ay ay ay ay, qué bonita es esta vida y aunque no sea para siempre, si la vivo con mi gente es bonita hasta la muerte con canciones y tequila".

Con esta obra quiero representar el drama de la violencia, el que siempre genera caos, dolor y desequilibrio mental entre otros. Ahora por la experiencia sensible que tengo día a día creando imágenes através de mis dibujos y pinturas, sé que el daño causado por la violencia provoca estados generalizados de depresión, ansiedad y estrés que degeneran en trauma, y no sólo eso, también expresiones de pesar y compasión que puedo ver reflejadas en el rostro de quienes miran mis obras.

La violencia que ha vivido Colombia durante los últimos 70 años ha provocado la muerte de millones de personas, nada de qué sentirse orgulloso para ser sincero y lo digo sin sentir verguenza ajena.  Violencia que ha generado la muerte temprana y trágica de la gente inmersa en el conflicto, además de graves problemas de salud física y mental a largo plazo para muchos otros que, aunque sobrevivieron, sólo quedaron ahí para contar historias sobre los horrores que vivieron.

La pérdida, el dolor, el sufrimiento, la angustia, la desesperación siguen siendo parte de la cotidianidad en Colombia. Lo mismo que acostumbraba a ver, sentir, leer y registrar en mi corazón para tratar de interpretar en medio del temor y la frustración lo que estaba sucediendo; pero todo eso sigue vigente, sin mayores cambios, como puede verse en las noticias televisadas o en internet sobre el caos social acrecentado por el conflicto social venezolano que ha generado la migración de cientos de miles de exiliados que han ido a regugiarse a Colombia.

Como artista me alegra saber que la música le ofrece a un pueblo la posibilidad de hacer un llamado a la felicidad, como en esta canción que durante los conciertos de Jorge Celedón todo el mundo canta a todo pulmón, algo que encuentro fascinante y que me hace preguntarme si tiene el poder de una oración que se repite y se repite con la fuerza que nace desde dentro, en el alma de los colombianos y las colombianas con la esperanza de ser escuchados, de ser salvados, de que vamos a estar bien y de que vamos a estar en paz, a ser felices y prósperos, algún día.

Antonio, un campesiono colombiano, disfrutando de ese traguito de café del cual se habla en esta canción fue mi punto de partida. Mi madre describe a los campesinos y campesinas colombianos como "las personas más buenas y sanas del mundo", pero esos hombres y mujeres dedicados a la tierra son asesinados, masacrados, siendo además abandonados por el Gobierno y el Estado. Antonio, como muchos otros campesinos colombianos fue asesinado en su granja y este sudario es parte del testimonio de su existencia, de la parte de la historia que le tocó vivir en este mundo.

Ese traguito de café ha sido el elemento primordial en la creación de esta colección de pinturas, de sudarios. El mismo café que te tomas en las mañanas, con el aroma suave y envolvente del café colombiano, famoso en el mundo, convertido en el pigmento básico de mis pinturas, un kilo de café microfiltrado en polvo, disuelto en ocho galones de agua destilada, para representar a través de esta metáfora visual la mancha gigantesca de sangre, de la sangre derramada por la violencia en Colombia y las secuelas que ha dejado.

Se hace necesario en esta actividad creativa que amo y plasmo a través de mis memorias en mis obras, aprender a respirar profundo para relajarme, para no pasarmela con la lágrima en el ojo, llorando, como si estuviera en la cantina “La Última Lágrima”, a las afueras del cementerio viejo de Tulúa, la ciudad de mis ancestros, donde la gente iba a tomarse un tinto de café, un trago doble de aguardiente o una cerveza, escuchar la música favorita del fallecido o la fallecida y decirle adiós, "por ahora" para luego regresar a la casa a enfrentarse con ese vacío enorme de no tenerle más presente, con vida.

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