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"Rubén, el mercenario del placer, la cita clandestina"
Sudario 10 - Parte Frontal
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"Rubén, el mercenario del placer, la cita clandestina"
Sudario 10 - Parte Trasera
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"Rubén, el mercenario del placer, la cita clandestina"
Sudario 10 - Pieza Completa

“Rubén, el mercenario del placer, la cita clandestina”

Sudario 10 - 2019

Técnica mixta en lienzo

105 x 450 cm

por Angel Correa

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Técnica y materiales

Técnica mixta en lienzo 100% algodón, café microfiltrado en polvo, agua destilada, acuarela, témpera, acrílico, anilina, tinta, colorante de alimentos, medio acrílico y barniz

Descripción de la obra

Esta obra fue inspirada por Rubén y la canción con la cual lo identifico: “En Mi Pensamiento”, tecnolambada, año 2008, interpretada por Los Tupamaros, orquesta colombiana. Estas son algunas líneas de la letra: “Eres parte de mi vida. En las noches cuando me acuesto buscando conciliar el sueño, te adueñas de mi pensamiento, invadida por tus recuerdos. Temprano cuando me despierto, comienza a nacer el día y sigues en mi pensamiento y sigues unido a mi vida".

Rubén es un tinieblo, la fantasia descrita por algunas mujeres que conozco, el hombre que exhala estosterona altamente adictiva, que huele rico, que puede ser feo o bonito de cara, pero te genera dependencia y desasociego, el hombre de lo incognito, del que no se sabe nada, con un cuerpazo; del que no se sabe si es soltero, casado, con hijos? Ni a qué se dedica, mucho menos dónde vive ni de donde viene ni para dónde va. El mismo que aún después de muerto tiene acceso a tu alcoba, para meterse a media noche en tu cama, cuando te parece que estás soñando; para hacerte el amor y no dejarte despertar para que repitas la ronda una y otra vez más, hasta el amanecer. Como en "Doña Flor y sus dos maridos", película brasilera, género comedia, fantástico; protagonizada por Sonia Braga y basada en la obra de Jorge Amado.

Según ellas, Rubén es el hombre que conoces en el supermercado, en un restaurante, en una discoteca o cuando sales a pasear el perro, si tienes uno y luego se convierte en tu sombra como el deseo de un perverso. El tinieblo, el mismo que al momento de verlo, de mirarlo todo te palpita, desde la garganta hasta la vagina, tornando tus pezones en candela pura como si fuera a poseerte y a beberse hasta el último suspiro de tu aliento. El que se acerca, te dice hola, te pregunta directamente sin titubeos tu número telefónico, dirección y a qué hora puede verte. El que no está interesado en conocer tu nombre, pero sí tu cuerpo. El que te envía un mensaje de texto preguntando si estás lista para recibirlo, el que te pide que dejes la puerta, la ventana o el balcón abierto y que le esperes completamente desnuda para lubricarte con sus besos y su lengua, el mismo, Rubén.

De acuerdo con mi amigo William, Rubén es el que siempre llega puntual a la cita clandestina previa, que no pide dinero, no te hace reclamos, no te cela, ni te exige compromiso alguno más que el de estar dispuesta a hacer el amor cuantas veces él lo quiera y como tú misma puedas desearlo, duro, tierno, sucio, perverso; vendada o amarrada, tomándote photos sintiendote indecente, erotizada, cual actríz pornográfica. El que se deleita haciendo proezas gimnásticas en la cama probando tu resistencia y tus habilidades, el que te puede llevar de la mano durante una maratón orgásmica, ese con el cual te doblegas sin esperar que te diga mi amor ni mi vida y del que debes estar segura de que nunca te mandará rosas.

Aparentemente El tinieblo es ese que tiene el talento y la sensibilidad de encontrar en tí todos tus puntos erógenos, desde la A, pasando por la G, y llevándote en un gemido sexual hasta la Z. El que no buscará tener un romance contigo sino que te hará sentir tanta pasión hasta que llegues a pensar que estás loca, no solamente por él sino por la pérdida de tu voluntad. Para mí el tinieblo es la compilación de todos los hombres que Shere Hite describía en el analisis de las estadísticas de su libro “El informe hite sobre la sexualidad masculina”, un ladrillo gringo que mis amigos gay y yo devoramos cuando todavía éramos adolescentes, finalizando la secundaria.

Rubén, el hombre del gran escándalo en mi pueblo, el que fue besado con pasión y locura aún después de muerto, el protagonista del romance desconocido para muchos, el que llevó a la mujer que lo amaba con locura a detener el carro funerario y abrir el ataud en el que lo llevaban hacia el Cementerio; para verlo, para despedirse, para sentir por última vez sus labios color púrpura luego de haber tomado un veneno mortal, el que acabó con su vida. Una escena de conmoción general, en frente de todo el mundo, durante la proseción funeraria.

La gente contaba que Irene no volvió a ser la misma, que una vecina que la acompañó durante el duelo por algunas semanas la escuchaba gritar de placer en su alcoba, durante la noche, repitiendo su nombre, y que al abrir la puerta la encontraba desnuda, jadeante, pero sola, tirada en la cama como una silla de madera con una pata rota, desvencijada; como si hubiera sido atacada y devorada internamente por un animal salvaje. Una escena que siguió repitiéndose meses después, hasta cuando Irene dejó la ciudad para reunirse con su marido y con sus hijos en la capital, quienes se habían ido huyendo del escándalo que ella había generado y protagonizado, acabando con su reputación y la de su familia.

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